Buenos Aires.- La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) ha reaccionado en bloque al inesperado conflicto en Ecuador y ha dado una rápida respuesta que demuestra que la región ha aprendido de las lecciones que dejó el golpe de Estado en Honduras.
Frente a la sublevación contra el Gobierno del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, la reacción del bloque suramericano fue rápida, unánime y contundente.
A las pocas horas del secuestro del mandatario ecuatoriano en un hospital de Quito sitiado por policías insurgentes, Argentina tomó la delantera al condenar el levantamiento, mensaje al que se unieron el resto de los jefes de Estado suramericanos.
La presidenta argentina, Cristina Fernández, y su esposo, antecesor y secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, convocaron a una reunión de urgencia en Buenos Aires a los mandatarios miembros del bloque.
La reacción fue unívoca: una condena firme a cualquier intento de golpe de Estado y una advertencia de que ningún gobierno inconstitucional será reconocido por los socios de la Unasur.
Esta posición única marca un cambio sustancial respecto al golpe de Estado contra el hondureño Manuel Zelaya, en junio de 2009, tras el cual hubo divisiones internas por el reconocimiento de Colombia y Perú al gobierno de Porfirio Lobo, surgido tras las elecciones de noviembre pasado, un aval que el resto del bloque suramericano marcó como un pésimo precedente en la región.
Esta división quedó en evidencia en la cumbre de la Unasur de mayo pasado, cuando -a excepción de colombia y Perú- los socios amenazaron con no acudir a la cumbre Unión Europea-Latinoamérica de Madrid si Lobo asistía como invitado oficial.
También dejaron ver sus diferencias respecto de la posibilidad de que Honduras pudiera retornar a la Organización de Estados Americanos (OEA), de la que fue expulsada tras el derrocamiento de Zelaya.
Casi como una ironía del destino, hace sólo dos días, el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño -quien este jueves resultó herido durante la violenta sublevación-, convocó a sus colegas latinoamericanos a una reunión en su país para conversar sobre la actual situación de Honduras y debatir su posible reincorporación a la OEA.
“No se va a aceptar este tipo de golpes de Estado y limpiarlos en un año con total facilidad”, dijo el miércoles Patiño, sin imaginar que un día después su propio país viviría un intento desestabilizador.
No es secreto que algunos gobiernos de la región se han sentido frustrados por la imposibilidad de devolver a Zelaya al sillón presidencial.
“El límite es Honduras”, dijo este jueves el canciller argentino, Héctor Timerman, quien habló del firme propósito de la Unasur de no dejar que la trama política que se desató en el país centroamericano, con un nuevo gobierno ya instalado, se repita en Ecuador.
Incluso Colombia, Perú y Chile -que también ha reconocido al gobierno de Lobo- se mostraron altamente preocupados por la situación suscitada en Quito y recalcaron su condena a los intentos golpistas.
“Si dejamos pasar a los gorilas en este momento, la hora del gorilaje puede volver al continente”, señaló el peruano Alan García.
También el colombiano Juan Manuel Santos remarcó que la respuesta “contundente” que la región ha dado “en defensa de la democracia” ante la insurrección en Ecuador es “una señal muy importante para el mundo”.
“Aquí no vamos a permitir lo que ocurrió en Honduras”, dijo Correa tras retomar el mando y agradecer la reunión de sus colegas en Buenos Aires.
La de Ecuador no es la primera crisis institucional que pone a prueba al bloque creado en mayo de 2008 como fruto del proceso de convergencia política entre la Comunidad Andina de Naciones (Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia) y el Mercado Común del Sur (Mercosur, integrado por Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, con Venezuela en proceso de adhesión).
Hace dos años la Unasur dio un fuerte respaldo al boliviano Evo Morales para sortear la ola de protestas internas que dejaron una treintena de muertos.
También terció en 2008 en la pelea de Bogotá con Ecuador y Venezuela tras la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano para acabar con un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Y el año pasado sirvió como válvula de escape a la tensión generada por la decisión de Colombia de dejar utilizar a militares estadounidenses bases en su territorio, asunto fuertemente rechazado por Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Frente a la sublevación contra el Gobierno del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, la reacción del bloque suramericano fue rápida, unánime y contundente.
A las pocas horas del secuestro del mandatario ecuatoriano en un hospital de Quito sitiado por policías insurgentes, Argentina tomó la delantera al condenar el levantamiento, mensaje al que se unieron el resto de los jefes de Estado suramericanos.
La presidenta argentina, Cristina Fernández, y su esposo, antecesor y secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, convocaron a una reunión de urgencia en Buenos Aires a los mandatarios miembros del bloque.
La reacción fue unívoca: una condena firme a cualquier intento de golpe de Estado y una advertencia de que ningún gobierno inconstitucional será reconocido por los socios de la Unasur.
Esta posición única marca un cambio sustancial respecto al golpe de Estado contra el hondureño Manuel Zelaya, en junio de 2009, tras el cual hubo divisiones internas por el reconocimiento de Colombia y Perú al gobierno de Porfirio Lobo, surgido tras las elecciones de noviembre pasado, un aval que el resto del bloque suramericano marcó como un pésimo precedente en la región.
Esta división quedó en evidencia en la cumbre de la Unasur de mayo pasado, cuando -a excepción de colombia y Perú- los socios amenazaron con no acudir a la cumbre Unión Europea-Latinoamérica de Madrid si Lobo asistía como invitado oficial.
También dejaron ver sus diferencias respecto de la posibilidad de que Honduras pudiera retornar a la Organización de Estados Americanos (OEA), de la que fue expulsada tras el derrocamiento de Zelaya.
Casi como una ironía del destino, hace sólo dos días, el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño -quien este jueves resultó herido durante la violenta sublevación-, convocó a sus colegas latinoamericanos a una reunión en su país para conversar sobre la actual situación de Honduras y debatir su posible reincorporación a la OEA.
“No se va a aceptar este tipo de golpes de Estado y limpiarlos en un año con total facilidad”, dijo el miércoles Patiño, sin imaginar que un día después su propio país viviría un intento desestabilizador.
No es secreto que algunos gobiernos de la región se han sentido frustrados por la imposibilidad de devolver a Zelaya al sillón presidencial.
“El límite es Honduras”, dijo este jueves el canciller argentino, Héctor Timerman, quien habló del firme propósito de la Unasur de no dejar que la trama política que se desató en el país centroamericano, con un nuevo gobierno ya instalado, se repita en Ecuador.
Incluso Colombia, Perú y Chile -que también ha reconocido al gobierno de Lobo- se mostraron altamente preocupados por la situación suscitada en Quito y recalcaron su condena a los intentos golpistas.
“Si dejamos pasar a los gorilas en este momento, la hora del gorilaje puede volver al continente”, señaló el peruano Alan García.
También el colombiano Juan Manuel Santos remarcó que la respuesta “contundente” que la región ha dado “en defensa de la democracia” ante la insurrección en Ecuador es “una señal muy importante para el mundo”.
“Aquí no vamos a permitir lo que ocurrió en Honduras”, dijo Correa tras retomar el mando y agradecer la reunión de sus colegas en Buenos Aires.
La de Ecuador no es la primera crisis institucional que pone a prueba al bloque creado en mayo de 2008 como fruto del proceso de convergencia política entre la Comunidad Andina de Naciones (Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia) y el Mercado Común del Sur (Mercosur, integrado por Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, con Venezuela en proceso de adhesión).
Hace dos años la Unasur dio un fuerte respaldo al boliviano Evo Morales para sortear la ola de protestas internas que dejaron una treintena de muertos.
También terció en 2008 en la pelea de Bogotá con Ecuador y Venezuela tras la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano para acabar con un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Y el año pasado sirvió como válvula de escape a la tensión generada por la decisión de Colombia de dejar utilizar a militares estadounidenses bases en su territorio, asunto fuertemente rechazado por Venezuela, Ecuador y Bolivia.
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